Valadrem

«Parecen fuegos de artificio»

31 de julio de 2019

Plutón

Ayer se fue Plutón.

Plutón era mi gata. Había estado conmigo desde hacía casi trece años. Aunque no era muy mayor, hacía ya algún tiempo que estaba un poco más torpe. Sus ojos no brillaban tanto como antes. Comía muy poco. Dormía mucho más. El lunes se fue a dormir, temprano. Ya no despertó. Ayer nos despedimos de ella y lloré hasta que no pude más. Esta mañana la he echado en falta al no verla en su sitio favorito. Esta mañana solo he podido ver su cara cuando el ordenador me ha preguntado mi contraseña, y después en el fondo de escritorio que he visto cada día desde que compré este ordenador hace una década.

Creía que escribir esto hoy sería más fácil. No lo es. Tengo los ojos húmedos y me duele mucho pensar en ella. Pero creo que se lo debo. Nunca había hablado de ella. Ni en este blog, ni en ninguno de los anteriores, ni en Twitter. No sé por qué. Plutón no era el famoso de turno, o la película de moda. Plutón no era la última noticia de política, o la movida tecnológica de la que todo el mundo habla. Parece que, cuando damos algo por seguro, no nos hace tanta falta hablar de ello. Al menos me alegra recordar que Plutón siempre estuvo presente. Durante mucho tiempo use fotos suyas en Twitter. Es ella la gata de mi avatar de Flickr, y la de mi perfil público de Google, si es que eso existe todavía. Es ella la gata en la cabecera de este blog desde hace muchos años.

Plutón tenía unos preciosos ojos azules, muy claros. Cuando nació era casi blanca, con la naricita negra y las patas más oscuras, como un siamés, pero con el tiempo fue cambiando de color, adquiriendo un patrón atigrado de gato tabby. Su naricita se volvió rosa, su lomo se volvió negro, las partes blancas de su pelaje acabaron siendo de color crema y en su lado derecho había una zona donde las rayas oscuras tenían forma de triangulitos que me encantaba dibujar con el dedo cuando la acariciaba.

A Plutón le gustaba encaramarse a mi viejo monitor, levantar el visillo y ver quién pasaba por la calle. Le gustaba comer pedacitos de queso. Le gustaba que le acariciaran debajo de la barbilla. A Plutón no le gustaba estar mucho rato en brazos, pero siempre venía a la puerta a recibir como un perrito cuando había estado un rato sola, y ronroneaba feliz cuando la cogías. Solo por las mañanas, solo durante el desayuno, le gustaba subirse a mi regazo, como si fuese parte de una tradición compartida. En invierno, los días que yo llevaba una chaqueta de punto que era su favorita, se abrazaba a la manga. En las noches de verano, cuando el calor apretaba, se ponía junto a la puerta que lleva a la terraza para animarnos a salir fuera, a tomar el fresco.

Plutón no fue mi primer gato. Sí fue mi primera gata de interior. Después de que mis gatos anteriores corriesen muy mala suerte como gatos callejeros, Plutón fue la primera en vivir siempre dentro de casa. Gracias a eso sobrevivió mucho más que los gatos que la precedieron. Creo que fue feliz. Nunca le faltó comida y siempre tuvo a alguien que la quiso. Verla apagarse sus últimos días fue muy duro, pero creo que no sufrió. Probablemente tuvo, desde el principio hasta el final, una vida mejor que la de cientos o miles de gatos en varios kilómetros a la redonda. Pero mientras lloro su pérdida no puedo evitar preguntarme si hay algo que podría haber hecho mejor. Querría intentarlo otra vez. Me gustaría volver a vivir estos años porque se me han hecho demasiado cortos.


Te quiero mucho, Plutón.
Te echo mucho de menos.
🔗 | Publicado: 13:33

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