Valadrem

«Parecen fuegos de artificio»

18 de diciembre de 2022

Tunic: un juego con alma (de zorro)

Aunque no es una regla que siga a rajatabla, normalmente me gusta jugar a juegos de hace unos años. No tanto por el esnobismo de que antes los juegos se hacían mejor ni nada parecido, es simple comodidad, a ningún juego de principios de siglo se le va a quedar corto mi ordenador, y siempre se agradece que un juego ocupe solo un par de gigas en vez de varios centenares. Gracias a esto, los últimos años he revisitado juegos como la trilogía de Grand Theft Auto en 3D (III, VC y SA) o Half-Life 2 y sus expansiones, y he tenido ocasión de descubrir juegos que se me pasaron en su momento como Mirror's Edge o el divertidísimo Saints Row 2.
Cuando a principios de año llegó la fiebre por Elden Ring decidí que, en lugar de apuntarme a la moda, podía aprovechar para irme mucho más atrás en la saga y darle una oportunidad al primigenio Dark Souls, juego al que no le había prestado atención antes. Lo cierto es que, en este caso, la experiencia no fue demasiado memorable. Ya para empezar, los controles del juego eran poco menos que espantosos. Si bien es verdad que por lo visto se recomienda usar un mando en lugar de teclado, casi pareciera que la recomendación era más bien un ultimátum.

Mal que bien, tras superar el breve nivel de introducción, el gran castillo al que llegamos resulta enormemente interesante e invita a explorarlo, pero la mecánica del juego tampoco consiguió engancharme: una vez llegado al tercer jefe, quedaba claro que las armas que tenía eran a todas luces inadecuadas y el único modo de mejorarlas parecía ser cosechar incontables almas, matando una y otra vez a los mismos enemigos. Al cabo de unos días acabé dejando el juego y dando por imposible la saga Souls.
Cuando me recomendaron Tunic, un juego de este mismo año, uno de los comentarios más repetidos era sobre cómo se había inspirado en esta misma saga Souls. Mi regulera experiencia con la saga, unido al propio hecho de que era este un juego muy reciente que se salía de mi costumbre de irme a juegos más antiguos, casi hicieron que decidiera pasar de largo. Me alegro de que no fuera así.

El adorable arte del juego hizo que me decidiera a darle una oportunidad. El juego empieza de un modo muy sencillo, controlando a un pequeño zorrito explorador, enfrentándote a pequeños fantasmitas con la única ayuda de un palo. Nada espectacular en principio, pero lo suficientemente agradable como para animarme a seguir jugando. Y sí, la dificultad sube más adelante, pero al contrario que en el frustrante Dark Souls aquí nunca llegué a tener la sensación de estar atrapado en un bucle repitiendo lo mismo una y otra vez solo para poder avanzar atrapado en un bucle repitiendo lo mismo una y otra vez solo para poder avanzar.
Uno de los comentarios que leí mencionaba que Tunic es un juego que se disfruta más cuanto menos sepas de él, consejo que por suerte seguí y con el que estoy completamente de acuerdo. Se podría escribir mucho, muchísimo sobre el juego, pero creo que arruinaría la fantástica experiencia de descubrir de primera mano los secretos que nos aguardan. Así que me limitaré a decir que he disfrutado de cada minuto del juego, explorando el mundo del zorrito sin nombre, buscando pistas, resolviendo puzzles y peleándome con enemigos y misterios por igual. Y no puedo más que recomendarlo.

Decía al principio de la entrada que no creía que los juegos de principio de siglo fueran mejores, curiosamente Tunic nos lleva aún más atrás, a aquellos tiempos en los que los juegos estaban hechos a mano por equipos mucho más pequeños en lugar de por cientos de personas. No hay gráficos espectaculares ni escenarios inmensos, Tunic prefiere centrarse en el desarrollo de su historia, y lo hace de modo magistral. Casi una obra de orfebrería, un juego hecho con tanto amor que es imposible no amarlo de vuelta, Tunic es una pequeña maravilla y una auténtica joya. Imprescindible.

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🔗 | Publicado: 14:12

16 de diciembre de 2022

Calpurnio

Me ha llenado de tristeza enterarme de la prematura muerte de mi querido y admirado Calpurnio.

Aunque acabé por perderle la pista tras su marcha de 20 minutos, tengo desde hace ya mucho tiempo un gran cariño por su inolvidable El bueno de Cuttlas, especialmente por aquellos primeros años de su paso por el periódico gratuito. Hará ya 17 años, antes de Facebook y Twitter, antes de las fake news, cuando Internet era más ingenuo y más agradable, la sección de comentarios de los periódicos digitales se parecía poco a lo que es hoy.
Era en los comentarios de aquellas viñetas de Cuttlas donde nos congregábamos sus fieles seguidores, esperando pacientemente la viñeta del día, que a veces llegaba más tarde de lo que tocaba, o a veces los editores directamente se olvidaban de colgarla y nos quedábamos en los comentarios de la viñeta anterior, imaginando cómo habría sido la viñeta que ninguno habíamos visto tampoco en papel de aquel diario que no se vé. En ocasiones acompañados por un tal Jorge o un tal Sócrates, empeñados en alertarnos de nuestro pésimo gusto, mientras el resto de nosotros seguíamos allí día tras día, mes tras mes, lejos de preocuparnos por tristes troles, habíamos formado una pequeña comunidad alrededor de nuestro querido vaquero, y ya podían decir lo que quisieran que nadie nos iba a quitar la ilusión de llevar nuestro Pocket Cuttlas con un lápiz del Ikea en el bolsillo.
La viñeta de Cuttlas fue, durante mucho tiempo, una luz que iluminaba mi día. Aunque aquellos grandes momentos fueron quedando atrás a medida que tanto el periódico como el resto de Internet cambiaron, la noticia de esta incomprensible pérdida me ha hecho recordar lo importantes que fueron para mí. Por suerte tuve en su momento la ocasión de agradecer a Calpurnio su trabajo que siempre admiré, si no en persona al menos sí por escrito, y guardo con todo el cariño la sentida respuesta a aquel agradecimiento. Hoy no puedo sino volver a decirlo: Gracias, de todo corazón.

Que la tierra te sea leve, amigo.

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🔗 | Publicado: 21:59

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