Valadrem

«Parecen fuegos de artificio»

29 de julio de 2023

Googlenet

No es ningún secreto que, desde hace ya varios años, Google ha puesto todo su empeño en controlar Internet. En un principio, este control prácticamente se limitaba a la hegemonía absoluta de Google AdSense, un monopolio de facto responsable de la mayoría de publicidad en Internet y que, como bien saben los creadores de intentos fallidos como Vidme, convierte cualquier intento de crear un servicio que compita con otro de Google en una misión suicida.

Aunque este monopolio ante el que los reguladores prefieren mirar hacia otro lado supuso catapultar a Google a la elite de las empresas más poderosas, no fue suficiente. Nunca lo es. Lo que llevó a la creación de otras herramientas de control aún más turbias, entre las que destaca especialmente Google Chrome. Con una cuota de mercado que ya hubiera querido para sí Internet Explorer en sus mejores días, Chrome se sitúa a años luz de sus competidores en una carrera en la que el otrora estandarte del Internet libre Firefox, un competidor abiertamente subvencionado por Google, no tiene el menor interés en plantar cara.
El ridículamente desproporcionado éxito de Chrome no se produjo de casualidad. Al contrario que en el caso de Internet Explorer, cuya principal ventaja era simplemente venir instalado en Windows, Chrome usó una estrategia infinitamente más retorcida: el secuestro unilateral del estándar HTML.

Hasta la llegada de los esbirros de Google al W3C, el HTML era un estándar relativamente sencillo cuyos puntos negativos podían achacarse a errores más o menos inocentes y que se limitaba a establecer unos puntos bastante básicos sobre el formato de las páginas web. Hacer un navegador de Internet no era una tarea trivial, pero no estaba en absoluto fuera del alcance de una empresa que quisiera hacerlo, como fue el caso de Netscape o Konqueror.

Todo iba bien hasta que Google tuvo una idea repugnante que cambiaría Internet para siempre: enmerdar el estándar todo lo posible para destruir a la competencia. Poco a poco, Google fue añadiendo sugerencias completamente ridículas al estándar, muchas de ellas redundantes e innecesarias cuando no directamente hostiles, hasta convertir el relativamente sencillo estándar en algo monstruoso y completamente inabarcable.
El infumable engendro pergeñado por Google podría parecer la continuación de los errores que ya afectaban al antiguo estándar, si no fuera porque el extraordinario número de errores pone en duda su cualidad de meras equivocaciones sin maldad, pero sobre todo por el hecho de que esta inmanejable cantidad de errores supone un auténtico torpedo contra cualquier otro navegador.

Google no necesita pelearse con estas nuevas y ridículas adiciones, todas ellas ya están en el código de su Chrome para cuando deciden añadirlas al estándar, pero obligan a cualquier otro navegador a estar al día. Una tarea hercúlea hasta para los navegadores ya asentados y que llevó incluso al Edge de Microsoft a claudicar y convertirse en un mero Chrome con otro nombre. Y si difícil es para un navegador ya existente cumplir con el infumable estándar, aun lo sería más para quien quisiera hacer una nuevo navegador desde cero, para quien la tarea sería directamente imposible.
Obligar a los demás navegadores a rendirse, abandonar su código y convertirse en meros clones de Chrome no es una tarea desinteresada. Chrome (y sus clones) envían jugosos datos a Google, haciendo del propio navegador una herramienta de control con la que seguir engordando las cuentas de AdSense. Y, si esto no fuera suficiente, controlar el mercado global de los navegadores permite machacar aún más a la competencia en otros ámbitos.

Google ha mostrado en varias ocasiones su interés en eliminar por completo las cookies de Chrome. Como todos sabemos ya, estas cookies se usan para el seguimiento de los usuarios, pero su eliminación no supondría más privacidad, sino que únicamente se limitaría a hacer imposible el seguimiento por parte de terceras empresas. Google, con su seguimiento integrado en el propio navegador, seguiría funcionando y rastreando a todo el mundo sin la menor dificultad, solo que sin competencia posible.
El afán de Google por la dominación mundial ha alcanzado ahora un nuevo y repugnante hito con la indefendible introducción esta misma semana de Web Environment Integrity, algo que la comunidad no ha dudado en bautizar como el DRM para la web. En efecto, así como el DRM de toda la vida es un despreciable sistema creado para que grandes empresas puedan decidir lo que podemos y no podemos hacer en nuestros propios ordenadores, normalmente limitado a páginas de streaming o videojuegos, la idea es extender este puño de hierro a todo Internet. Resumiendo mucho, la idea es que, en adelante, los servidores solo sirvan contenido a los navegadores que se identifiquen como seguros. Una vez más, el viejo cuento de la seguridad, esta vez llevado al extremo del cinismo.
La excusa de la seguridad no es solo moralmente dudosa, dado que obviamente el objetivo no fue jamás mejorar la seguridad de nadie sino solo controlar Internet todo lo posible, es que en este caso es directamente mentira según cualquier posible definición del término. El único ataque que esta basura distópica podría evitar es uno en el que alguien manipulara la página que visitamos para que enviara nuestros datos a otro sitio en vez de donde nosotros queremos. Lo malo es que este ataque simplemente no existe.

Si alguien tuviera ese tipo de acceso a nuestro ordenador, le bastaría con leer las pulsaciones de teclado, sin necesidad alguna de manipular la página, algo que literalmente no se hace jamás. En todo caso, el ataque más habitual que sufre el ciudadano es meter sus datos en una página engañosa y este invento no hace absolutamente nada por evitarlo. Irónicamente, la única contribución de Google a los ataques reales, lejos de evitarlos, es hacerlos más convincentes y llevar a la gente a picar más fácilmente.

Como ya pasara con aquella reciente campaña de desprestigio contra Richard Stallman por parte de la miserable OSI a sueldo de Facebook y Microsoft, una de las ratas cómplices de este dislate tira cualquier resto de dignidad por la ventana y publica abiertamente el que muy probablemente será el ideario para defender esta abominación: los únicos que están en contra son los malvados hackers rusos que quieren hacer cosas malas. Poco importa que a los malvados hackers rusos se la pele tres cojones porque estas fastuosas medidas de seguridad no harán nada contra el espionaje ni el phising, poco importa que quienes realmente se oponen sean organizaciones intachables como la FSF. La verdad es irrelevante cuando eres una gran empresa y puedes pisotear el mundo a tu antojo.
Si nada lo impide, Web Environment Integrity tendrá efectos aterradores. Herramientas como Nitter o Invidious dejarán de jugar al juego del gato y el ratón para seguir funcionando, porque simplemente no podrán volver a hacerlo jamás. La RIAA no necesitará intentar tirar youtube-dl por millonésima vez, porque descargar cualquier video será sencillamente imposible. Los navegadores pequeños como Pale Moon o Waterfox dejarán de funcionar al no poder certificarse como seguros ante los ojos del amo y señor Google. El único modo de usar Internet será abriendo la última versión de Google Chrome y usándolo exactamente como una empresa decida que podemos usarlo.

Si alguna vez has usado otro navegador, si has instalado una extensión para cambiar el estilo de una página, si has usado un frontend alternativo para consultar Twitter, Reddit, o tu lector de noticias en lugar de abrir la página oficial, si has descargado un vídeo de YouTube o de Instagram para guardarlo, o incluso si simplemente has guardado una puta foto de una página para usarla como meme, aprovecha para volver a hacerlo ya mismo, porque la fiesta se acaba muy pronto. Porque, aunque no lo supieras, eres un malvado hacker ruso y Google va a acabar contigo.
Иди нахуй, Гугл.

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🔗 | Publicado: 16:26

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